Háblame sobre ti a grandes rasgos.
Me llamo Montserrat Varela. Nací en La Coruña y soy la tercera de seis hermanos, las cuatro mayores chicas. Mis padres, católicos, nos enviaron a un colegio de religiosas y allí yo me ilusionaba con los relatos de los misioneros que venían a contarnos sus experiencias.
¿Cómo conociste a las FMM?
De adolescente me gustaba salir y divertirme y no pensaba en la vida religiosa, pero a los 19-20 años me sentí atraída fuertemente por el misterio de Dios y el deseo de conocerle y amarle más.
Un sacerdote me buscó algún folleto de Congregaciones Religiosas y la que más me atrajo fue la de las Franciscanas Misioneras de María por su vida contemplativa y misionera. Estas religiosas no estaban en mi ciudad y no las conocía o sea que les envié una carta. A mis padres les costó mucho mi decisión, pero al final fueron ellos los que me condujeron al noviciado de Pamplona cuando tenía 21 años.
Como misionera, ¿a qué lugar fuiste enviada?
Como misionera fui enviada al Congo-Kinshasa (República Democrática del Congo) Allí permanecí durante 26 años. Después me enviaron al Congo-Brazzaville. Donde permanecí 15 años más
Algo de lo que te impresiono al llegar.
Lo que me impresionó al bajar del avión fue la oleada de calor y me daba la impresión de no poder respirar, pero me dije a mí misma, si los demás lo soportan también podré soportarlo yo…
Me llamó la atención la multitud de personas que circulaban por los barrios de la capital.
¿Qué factores fueron los más decisivos para tu adaptación?
Los factores más decisivos para mi adaptación fueron en primer lugar, la ilusión de responder a la llamada de Dios a compartir mi fe y mis conocimientos de enfermería allí donde me sentía enviada por Él.
La calurosa acogida y ayuda de mis hermanas franciscanas e igualmente la cordial acogida de la gente.
¿Echaste algo de menos?
Eché de menos el conocimiento de la lengua francesa que me frenaba en mi deseo de compartir con la gente, aunque desde el principio pude entenderme con las hermanas españolas de la comunidad.
¿En qué proyecto o trabajo participaste principalmente?
He trabajado principalmente como enfermera.
Animé grupos de formación humana y cristiana de jóvenes de nuestras escuelas.
También fui responsable provincial de una provincia en Congo-Brazzaville
¿Podrías dar algún ejemplo de desafio importante por el que pasaste y cómo lo superaste?
Un desafío importante fue el de aprender la lengua francesa y las lenguas nativas necesarias para entenderme con la gente.
Otro gran desafío fue el de las enfermedades tropicales, ante las cuales me encontraba por primera vez y debía trabajar en la selva sin médico y con escasos medios.
Todo ello lo he podido superar con la fe en el Señor y muchas veces he repetido con San Pablo “todo lo puedo en Aquel que me da la fuerza” también con el gran apoyo de mis hermanas y la comprensión de la gente que confiaba en nosotras.
Un gran desafío en la misión de la selva fue convencer a la gente de la necesidad de vacunar a los niños del sarampión que allí era muy grave y causa de fallecimiento de muchos niños. Íbamos por los poblados para la educación sanitaria y poco a poco conseguimos que la mayoría se dejara vacunar y la mortalidad a causa de esta enfermedad disminuyó grandemente. Igualmente hicimos con la vacuna del tétanos a las mujeres embarazadas.
Muchas veces, nuestros viajes eran verdaderas aventuras. Una vez nos cogió una fuerte tormenta en plena noche en medio del río y la canoa se nos llenaba de agua…dimos gracias a Dios al llegar a la Misión, bien empapadas…
Cuando fui a una misión muy lejana a la que íbamos por “tierra, mar y aire”, después de atravesar el río nos quedaban más de 200 kilómetros por caminos muy malos en los que había que pasar 29 “puentes” formados de dos troncos de árbol. Al principio cerraba los ojos cada vez que había que cruzar uno, pero viendo la pericia del chófer nativo, disfrutaba contemplando la belleza del paisaje.
Una vez que había “pillaje” en la capital, Kinshasa. Nuestra comunidad estaba en un barrio popular y los vecinos nos llamaron para que pasásemos la noche en su casa y así estar más protegidas. La gente empezó a hacer ruido con todo lo que tenían y ante tal vacarme los soldados no osaron entrar.
Tenemos una misión a 5km de un pueblo pigmeo. Esta etnia es considerada inferior por su falta de cultura ya que la mayoría no frecuenta la escuela. Nos propusimos ayudarles construyendo en su poblado una escuela y un dispensario. Al principio fue difícil que los niños vinieran regularmente a las clases ya que en ciertos períodos del año pasan los mayores varios días en la selva en busca de productos y caza y a los niños les gusta seguirlos. Nosotras conseguimos alimentos y les preparábamos una comida a media mañana. Entonces ya no se iban. Fue una medida muy efectiva.
Hoy vemos con alegría que varios de aquellos niños y niñas que terminaron la escuela primaria, se interesan por seguir los estudios. También y con la ayuda de bienhechores hemos podido construir una pequeña Iglesia en el poblado.
¿Qué aprendiste de aquellas gentes?
De la gente aprendí su capacidad de sufrimiento y fortaleza pues a veces venían de muy lejos llevando a un niño en la espalda para recibir cuidados en nuestro hospital.
La paciencia de mis colaboradores que a pesar de tener que ocuparse de muchos enfermos lo hacían con calma y serenidad. El sentido de la fiesta y la cordial acogida de la gente.
Cuando piensas en aquellos años, qué sensación, sentimiento, pensamiento, te viene?
Cuando pienso en estos 41 años vividos en África, en el Congo, mi sentimiento es de gratitud al Señor por haberme dado la vocación de poder, dentro de mis límites, ser testigo de su amor y aliviar a los que sufren.
Gratitud igualmente al pueblo congoleño por todo el cariño y amistad dado y recibido y muy especialmente a mi Instituto de Franciscanas Misioneras de María que me han dado la oportunidad de realizar la misión en el Congo y me han apoyado en el proyecto de múltiples formas.