Háblame sobre ti, a grandes rasgos.
Me llamo Celina Mendoza Casillas, nací en Guadalajara (México), Yo soy la décima en el rango de una familia de quince hermanos, hija de un matrimonio muy sólido en el que los dos se complementaban armónicamente. Mi madre, muy religiosa, era descendiente de un grupo de santos y mártires a causa de la fe, que tuvieron que huir de la zona en que habitaban, de los Altos de Jalisco hacia la tierra en que vivía mi padre, cerca de Guadalajara. El, era un hombre de fe, con buena cabeza y gran corazón
Tenemos raíces campesinas. Vivíamos en una hacienda; teníamos ganado y de ello junto con la fabricación de ladrillos, vivíamos. Paulatinamente mis hermanos fueron saliendo hacia la ciudad. A cada hijo se le fue dando lo que quería, según su inclinación.
A mí, la insatisfacción me acompañaba desde la adolescencia, conocí a chicos, tenía amigas y compañeros, quería estudiar y preparé un examen de acceso a medicina, paso decisivo porque suponía una selección de los candidatos. Resulta fui la única, entre mis amigos, que obtuvo el acceso a la carrera, pero yo seguía insatisfecha e inconforme con la vida.
Durante mi formación como médica, queriendo abandonarlo todo, tuve ocasión de hablar de esto con un profesor, psiquiatra, quien me dijo, “no abandones la carrera, síguela, pues lo tuyo es un problema vocacional”. Comprendí mi problema pendiente y continué estudiando con mucho esfuerzo.
Al acabar la carrera tuve la oportunidad de ejercer en un centro de salud durante el año de “Servicio Social”. Me encontraba mejor, pero aún insatisfecha con la vida.
Quise hacer un retiro y descubrir, al fin, mi vocación. En la Adoración del Santísimo de aquella Semana Santa oí; “¿Misiones?” y dije, “sí”. A partir de este momento toda confusión y turbulencia se volvió un camino ancho, un río tranquilo. Pasó toda la insatisfacción que llevaba.
Así pues, regresé a terminar mi “Servicio Social” pues aún me faltaban seis meses. Despues empecé a visitar algunos conventos. Buscaba mi sitio. Como me dijeron más tarde: “tienes que encontrar un vestido a tu medida”.
La lectura del libro “El hermano de Asís”, del Padre Larrañaga, me fue llevando a buscar una Institución franciscana y misionera. Conocí a nuestras hermanas de la casa de León en la provincia de México, donde me di cuenta de que el Instituto FMM se correspondía con mi búsqueda.
Al mismo tiempo un “soltero” del pueblo, “un soltero de oro” diríamos hoy, se fijó en mí y quería formalizar la relación. La renuncia fue dolorosa, para mí también, pero nunca dudé de la palabra oída. Repartí lo que tenía y entré en las Franciscanas Misioneras de María. Tenía 27 años.
Cómo misionera ¿A qué lugar fuiste enviada?
Cuando hice los votos perpetuos fui enviada a Angola. Mi partida fue un momento fuerte para mi familia. Antes de irme actualicé mi titulación a la Medicina General del país y estudié Medicina Tropical en Portugal, especializándome en «Tripanosomiasis Humana Africana” (Enfermedad del sueño).
Algo de lo que te impresionó al llegar a Angola.
La pobreza del país y que estaba en guerra
¿Qué factores fueron los más decisivos para tu adaptación?
Mi alegría por haber sido enviada
Mis ganas de “misión”.
La fuerza de la comunidad.
Estaba contenta con mi destino, no quería cosas fáciles, los desafíos que se me presentaban no me retraían. Me sentía preparada. El gran soporte de mi vida familiar, mi preparación y la conciencia viva de mi vocación me hacían mirar con ganas la novedad que se me presentaba.
¿Echaste algo de menos?
No eché nada en falta, formada con exigencias, vivía con gusto y ánimo lo cotidiano.
¿En qué proyecto o en qué trabajo participaste principalmente?
Estuve trabajando en una zona del norte de Angola donde había muchos casos de la enfermedad del sueño. Pero la guerra destruyó toda la infraestructura, se perdió nuestro hospital, los archivos, todo, y hubo que abandonar la misión.
A partir de 2002, cuando se firmaron los tratados de paz entre UNITA y el MPLA, volví al mismo lugar y durante la reconstrucción de infraestructuras y programas trabajé como única médica, encargándome durante unos tres años de los enfermos de tuberculosis y después como supervisora clínica del programa del SIDA. Después de 14 años en esta zona me enviaron al Este de Angola, donde fui la primera médica en ese lugar, antes solo había enfermeros, y desde 2017 soy la directora de la maternidad.
¿Podrías dar algún ejemplo de desafío importante por el que pasaste y cómo lo superaste?
Aquí se carece de muchas cosas, pero he aprendido a salvar vidas con lo que tengo. Utilizo una buena fórmula que consiste en: insiste, persiste, resiste y no desistas. Se trata de hacer, con lo que tienes, todo lo que puedas de lo que te corresponde. El resto dejárselo a Dios, así he ido superando los desafíos de cada día.
¿Qué has aprendido de aquellas gentes?
He aprendido sobre todo de los enfermeros locales, conocen a su gente y tienen muchos saberes, pero sobre todo entrega y abnegación. Aprendí a aprender de ellos y me sentí como ellos.
Al regresar dentro de pocos días a tu misión, ¿Qué sensación, pensamiento, sentimiento, te embarga?
Mis sentimientos son de alegría, paz y apertura a la novedad de cada día. Sé que allí me están esperando con muchos trabajos pendientes, pero también con mucho cariño… ¡Con Dios, todo lo puedo! Él va conmigo, yo soy la que no me puedo separar de Él.