Háblame sobre ti (a grandes rasgos)
Me llamo María del Carmen Saiz. Nací en Cobos de la Molina (Burgos) en una familia de 11 hermanos. Entré en el Instituto de las Franciscanas Misioneras de María a los 19 años.
¿Cómo conociste a las FMM?
Por medio de una hermana mía que, ella misma, tenía intención de entrar en la Institución. Al final ella no entró y yo sí.
¿Cómo misionera, a qué lugar fuiste enviada?
A la Patagonia Argentina, Paraguay, Nicaragua y Cuba. En todos estos países se ha movido mi vida misionera.
Algo que te impresionó al llegar.
En La Patagonia, su extensión y su despoblación. Y la situación de injusticia en la que vivía la etnia mapuche (indígenas).
En Nicaragua, la lucha que sostenían los Sandinistas y la contrarrevolución. Y la situación de los campesinos, sin atención de ningún tipo y sin recursos básicos.
En Cuba, “el Sistema”. Un europeo no lo entiende, para todo tiene que preguntar.
¿Qué factores fueron los más decisivos para tu adaptación?
En primer lugar, la lengua, el castellano ha podido ser en todos los lugares la lengua vehicular.
Mi profesión de enfermera.
Mi propio esfuerzo de inculturación impulsado por mi deseo de llegar a la gente.
¿Echaste algo de menos?
Yo creo que no. Tengo un recuerdo muy fuerte de ir a caballo por una de aquellas extensiones. Una gran sensación de libertad se apoderó de mí. No era dueña de nada, pero todo era mío.
¿En qué proyecto o trabajo participaste principalmente?
En Nicaragua en proyectos de ONG para la formación de brigadistas de salud y parteras. Se realizaba esta formación con encuentros y talleres que capacitaban a pequeños grupos de personas para intervenir en las distintas necesidades sanitarias de sus propias comunidades. Vivían en la montaña, en lugares de difícil acceso.
En la Patagonia, trabajé en un hospital del Estado, como responsable del departamento de enfermería. También estuve en una Escuela de Auxiliares de Enfermería, como responsable y profesora. Se trataba de asegurar pequeños puestos de salud en lugares que se veían aislados en épocas de nieve. Estos grupos de auxiliares hacían realmente un gran servicio.
En Cuba, trabajé en el acompañamiento socio sanitario de enfermos de Sida y de personas con discapacidad físico-mental.
Al principio me paralizaba ante estas personas con deformaciones y limitaciones tan fuertes.
Pero un día, entré sola en aquella gran sala y al acercarme muy despacio a una silla de ruedas para saludar a una enferma, me sentí abrazada por detrás por unos brazos deformados que desde otra silla de ruedas me besaban, a su modo.
Entonces percibí que “Dios también acaricia a través de ellos”. Desde ese momento se acabó la resistencia y pudo brotar de mí, con espontaneidad, el cariño y la ternura. Comprendí que, con estas personas, que aparentemente no te pueden retribuir, se aprende a amar, y descubrí su gran sensibilidad.
Otro compromiso fuerte en Cuba fue el de acompañar y formar comunidades eclesiales de base, en el Campo.
¿Podrías dar algún ejemplo de desafío importante por el que pasaste y cómo lo superaste?
Viajar en bote por ríos navegables, sin saber nadar.
La peor situación tuvo lugar en Nicaragua. Sufrimos un atraco en un camino, a cargo de la contrarrevolución.
Nos mantuvieron boca abajo, maniatados, bajo el sol, soportando insultos y el asesinato de un hombre joven y un adolescente, además de la violación de varias mujeres.
Cuando pudimos volver al coche las mujeres fundidas en lágrimas, me abrazaron de una manera inolvidable. Parecía que querían meterse dentro de mí. Es como si así buscasen recuperar la dignidad que les habían arrebatado.
¿Qué aprendiste de aquellas gentes?
La paciencia.
La serenidad ante las dificultades.
La solidaridad, el sentido de trascendencia, la cercanía, la amistad.
Recibí mucho más que lo que pude dar.
Cuándo piensas en aquellos años, ¿Qué sensación, sentimiento, pensamiento … te viene?
Toda esta vivencia me parece un sueño, pero lo que más siento es gratitud a Dios por haberme permitido vivir con tanta gente sencilla a la que debo mi maduración personal y espiritual.