Háblame de ti, a grandes rasgos.
Me llamo Amparo Crespo. Nací en Hinogedo, (Cantabria), éramos seis hermanos. Mi padre murió cuando yo tenía 2 años. Mi madre, viuda a los 31 años, supo ser madre y padre para nosotros. Tuve una infancia feliz. No teníamos muchas cosas, pero recuerdo que muchos niños venían a jugar a nuestra casa.
Ya de mayor me trasladé a Santander, donde en una academia preparé y aprobé, oposiciones a la Banca y pude trabajar, viviendo con independencia.
Mis sentimientos religiosos se limitaban entonces a la Misa del domingo, pero me impresionó mucho ver el cambio radical que dio mi hermana después de participar en una sesión de “Cursillos de Cristiandad”. Yo también quise participar en uno de estos Cursillos y de allí salí con grandes deseos de conocer más a Jesús. Siempre había rechazado la vida religiosa. Lo que más me urgía era el deseo de ayudar en lugares lejanos y difíciles. Más tarde, comencé a pensar en la posibilidad de entrar en algún Instituto Misionero.
Entre luces y sombras, pasito a pasito, fui sintiendo que Dios nos conduce y nos sostiene.
¿Cómo conociste a las FMM?
Un hermano Capuchino me hablo de ellas.
Como misionera, ¿A qué lugar fuiste enviada?
A Roma, allí permanecí 21 años.
Primeramente, trabajé en la ciudad del Vaticano. En la oficina de Filatelia, después, en Roma, en “Propaganda Fide”, en los archivos, restaurando documentos, y en los últimos años en la oficina del economato contable. En este periodo me ocupé, pues, en trabajos burocráticos, pero gocé mucho, al estar en la Casa General de nuestro Instituto, de toda la riqueza de su internacionalidad. De todos los lugares venían hermanas para cortas estancias, de estudios u otros asuntos a Roma.
De vuelta a España la hermana Provincial me orientó hacia un compromiso colaborativo en algún sector de marginación. Es así como he permanecido 22 años en el “Albergue Santa María de la Paz”. (Madrid) de los hermanos de San Juan de Dios. Albergue para personas sin hogar con un marcado desarraigo social. La misión de esta casa es la prestación de una atención integral a estas personas con el fin de mejorar su calidad de vida, paliar la situación de marginación y favorecer la rehabilitación de los problemas psicofísicos que puedan presentar.
Algo que te impresionó al llegar
Faltaba higiene en los distintos espacios, además, las relaciones con los residentes, todos hombres, no eran fáciles.
Algunos me preguntaban si yo también era alcohólica.
¿Qué factores fueron los más decisivos para tu adaptación?
Un día vi como uno de ellos se dejaba acariciar por los gatos del jardín. Pensé: “ya te encargas tú, Señor, de suplir nuestras deficiencias con las maravillas de la creación”.
Poco a poco se fue estableciendo en mí un vínculo entre lo que vivía allí, mi fe, y mi madurez humana. Entonces lo que se me hacía casi imposible al principio se me convirtió en dulzura.
¿En qué proyecto o trabajo participaste principalmente?
Junto con un compañero me he ocupado principalmente de la limpieza y orden del comedor y de su decoración en las fiestas, también me ocupé de las dos capillas que hay en la casa. Me encanta la belleza y procuro que todo esté acogedor y bello.
¿Podrías dar algún ejemplo de desafío importante por el que pasaste y cómo lo superaste?
El primer año fue muy fuerte, esperaba con ansia que llegase el fin de semana para descansar y descargarme de las situaciones personales que allí veía.
Pero fue la belleza la que me dio la mano y me ayudó a estar entre ellos. Decoraba las estancias y sobre todo me hacia con plantas y flores que me encargaba de colocar en medio de ellos y era muy gratificante ver cómo nos comunicaban vitalidad y bienestar.
¿Qué aprendiste de aquellas gentes?
Este trabajo me ha ayudado mucho.
Han sido estas personas las que me han retado a vivir los valores franciscanos de minoridad. Diría que su marginalidad me ha llevado a vivir, yo también, marginada, en el sentido de no sostenerme en mi suficiencia sino escuchando el deseo de Dios. Me han llevado a ser mejor cristiana.
Cuando piensas en estos años, qué sensación, sentimiento, pensamiento, ¿te viene?
Que el tiempo ha volado. Y que ahora todo mi vivir se ha simplificado mucho. Por dentro todo está más unificado. Lo que resuena con más fuerza es: “Tú, sígueme”