Háblame sobre ti (a grandes rasgos)
Me llamo María Luisa Gutiérrez, nací en Burgos, en una familia de seis hermanos, y entré en el Instituto de las Franciscanas Misioneras de María a los 29 años. Acababa de cursar una licenciatura en Historia Contemporánea en Valladolid y trabajaba, con plaza fija, de auxiliar de enfermería en la Seguridad Social.
¿Cómo conociste a las FMM?
Muy cerca de donde yo vivía, en Burgos, existe desde 1904, un comunidad de hermanas FMM, con mucha raigambre en la ciudad, y cuya capilla frecuentaba bastante. Pero en realidad lo que me movió a solicitar el ingreso en la Institución fue una visita que realicé a otra comunidad, sita en la llamada “Casa Postas” en la Carretera de Valencia a 25 kilómetros de Madrid. La apertura, la calidad de la conversación, y la orientación de la vida de aquellas hermanas, me impactó de tal manera que lo que desde siempre estuvo latente en mí, se presentó como si hubiese llegado el tiempo de tomar decisiones.
¿Cómo misionera, a qué lugar fuiste enviada?
A Isla Mauricio. Isla perteneciente al archipiélago de las Mascareñas, en el Océano Índico.
Algo que te impresionó al llegar.
Las avenidas de cocoteros y las playas. Aunque lo que más: el pluralismo de razas y culturas de sus habitantes. Por algo llaman a esta isla “El Arco Iris del Indico”
¿Qué factores fueron los más decisivos para tu adaptación?
Sin duda la ayuda de las hermanas, que del país o de fuera de él, me introdujeron en sus costumbres, cultura, me acompañaron en los primeros pasos en aquella realidad social y de iglesia, tan nueva. Mis conocimientos de la lengua francesa también facilitaron mi comunicación desde el principio.
¿Echaste algo de menos?
Una bocanada de aire frio de Burgos, al salir de casa, y también vestigios históricos del lugar, apenas se encontraba alguna chimenea que marcaba antiguas y abandonadas empresas coloniales.
¿En qué proyecto o trabajo participaste principalmente?
En la alfabetización de menores.
La situación en este tema era complicada. La mayoría de la población procede de la India, venidos para cultivar la caña de azúcar cuando Mauricio era colonia Británica. Desde muy antiguo se han ido produciendo oleadas de familias chinas, que se ocupan principalmente del comercio, (aunque hoy también son profesionales muy cualificados) Otra parte de la población son los llamados “creoles”, antiguos esclavos que vinieron a Mauricio traídos por los franceses, cuando Mauricio fue colonia suya. Por supuesto, todas estas familias hablaban sus lenguas ancestrales propias. Añadimos que la lengua oficial del país es el inglés. Y que el “créole”, derivación oral del francés con otras muchas influencias, que no se escribe, era la única expresión que compartían todos los niños. Ya tenemos planteado el gran desafío de las escuelas. En ellas se generaba un grado alto de absentismo y de fracaso escolar y no todos los niños estaban escolarizados.
Yo trabajé en un proyecto de Caritas, que optó por una alfabetización en francés, (en inglés no funciono) y con prioridad para niños no escolarizados.
Formé parte de un grupo a quien Cáritas formó en lo que llamó “Alfabetización Funcional”, es decir, no era nada académico propiamente dicho, sino rudimentos para no quedarse al margen del desenvolvimiento de la sociedad. Muchos de estos niños no conocían su fecha de nacimiento, mucho menos nociones geográficas, pertenecían a ámbitos de pobreza y hacían servicios en la casa, cuidando a hermanos menores o al servicio de otras familias. Hicimos un gran trabajo de rastreo para conocer a los niños no escolarizados.
En realidad, este tipo de alfabetización conllevaba un gran trabajo de socialización, de convivencia, de conocimiento del medio y de desarrollo de la expresión oral.
¿Podrías dar algún ejemplo de desafío importante por el que pasaste y cómo lo superaste?
Respecto del trabajo del que acabo de hablar, recuerdo un momento muy crítico.
Nuestro grupo aumentaba de día en día y se había hecho necesario encontrar jóvenes motivados que se comprometieran con sus propios compatriotas. Esto no fue difícil y pronto fuimos un grupo notable, con 5 personas al frente.
Los niños venían muy contentos, esto estaba muy bien, pero no eran regulares, si se les daba material no lo traían, llegaban tarde, a veces descalzos y sin camiseta, con “maser”, (la hermana) se retenían, pero con los monitores no se portaban bien. Nosotros queríamos ser comprensivos con sus historias, propiciar que tuvieran lo necesario, que las relaciones fueran buenas, darles acogida, confianza y cariño, pero el sistema no funcionaba. Los jóvenes monitores estaban frustrados.
Una noche, en la que no dormí, planeé una reunión con los monitores que me asustaba. En ella me jugaba el futuro del proyecto, mi fracaso como responsable, y la opinión pública.
Por la mañana estaba nerviosísima, dejamos jugar a los niños y mientras tuvimos nuestra reunión. Estas eran mis propuestas:
A partir de ese día, tendríamos normas obligatorias, condiciones para aceptar, o no, en el grupo: Puntualidad, Regularidad, Vestimenta correcta, aportar el material regularmente e igualdad de trato a todos los monitores.
Se visitarían y se informaría de esto, a todas las familias. Y se les pediría colaboración.
Por otra parte, todos los monitores, tendrían que pasar, antes de incorporarse a la plantilla, por los cursos de formación de Cáritas.
Al final, oh sorpresa, los monitores aplaudieron. Eso era lo que estaban esperando de mí.
¿Qué aprendiste de aquellas gentes?
En esta situación que he expuesto:
- Qué la piedad, la pena, por ciertas situaciones locales, vistas por ojos ajenos, como los míos, no son lo que más ayuda en el trazado de un proyecto.
- Que las normas son necesarias para la socialización y para casi todo.
- Que los monitores, con sus aplausos, mostraron que sabían muy bien lo que pasaba y que ellos eran los que mejor conocían a los niños y a sus familias, por lo tanto, que serían ellos los mejores consejeros.
- Qué cualquier compromiso conlleva riesgos personales.
Aprendí también que la interculturalidad es una riqueza y que nadie es más que nadie.
Cuándo piensas en aquellos años, ¿Qué sensación, sentimiento, pensamiento … te viene?
Qué aquellos años fueron, a todo nivel, de crecimiento, de maduración, para mí, por lo tanto, es un sentimiento de gratitud.
Nunca he tenido nostalgia de volver a Mauricio, porque sé que lo que allí viví se me metió en la piel y lo llevo puesto.