Háblame sobre ti (a grandes rasgos)
Me llamo Esperanza Unamuno, nací en Bergara (Guipúzcoa) en una familia de 7 hermanos, 5 chicas y 2 chicos. Las chicas estuvimos durante dos cursos en Vitoria, aprendiendo el castellano y siguiendo una formación de costura, corte y confección, y otras materias básicas que se impartían en ese momento. Tenía 21 años cuando entre en el Instituto de las Franciscanas Misioneras de María.
¿Cómo conociste a las FMM?
Yo, cuando pensaba en mi vocación siempre pensaba en las hermanas Dominicas del Rosario, a las que conocía, pero un día, en la revista del Santuario de Aránzazu, de los Padres Franciscanos, conocí la historia de una religiosa FMM, vasca, llamada Teresalina. Eran tiempos inestables en la India y en la zona había peligro. Un grupo armado entró en el hospital que regentaban las hermanas con intención de destruir, robar y llegado el caso, matar. Teresalina fue asesinada por salvar la vida de la responsable de la comunidad. Teresalina, se puso delante y fue ella la que murió. Esta noticia me conmovió muchísimo y me llevo a decidir mi entrada en esta Congregación.
¿Cómo misionera, a qué lugar fuiste enviada?
Mi primer destino fue Mozambique. Me enviaron primero a Portugal para que al mismo tiempo que aprendía la lengua me especializase en la confección de “Ornamentos de Iglesia”. Seis años estuve en Portugal, ya que Mozambique estaba en guerra, y finalmente regresé a España.
Mi segundo destino, en el que permanecí largos años, fue el Congo Brazzaville.
Algo que te impresionó al llegar.
La comunidad: 8 Hermanas de 5 nacionalidades.
Y otra cosa: que en el único lugar en el que se nos permitía trabajar era el interior de nuestra casa. De la noche a la mañana, el gobierno había expropiado a las Congregaciones religiosas todas sus obras. Numerosos colegios, guarderías, obras asistenciales etc. pasaron a sus manos.
¿Qué factores fueron los más decisivos para tu adaptación?
Recuerdo que al principio me encomendaron impartir unas clases a un grupo de novicias nativas: costura, economía familiar, cocina… la materia se llamaba “Saber vivir”. Un día, una de las novicias, a propósito de alguna enseñanza, me dijo: “Eso aquí no es así, tú has tenido otra formación”. Comprendí que lo que necesitaba era aprender, aprender su cultura, su manera de vivir. Y viendo y escuchando, silenciosamente, me fui adaptando cada vez mejor a aquel medio.
¿Echaste algo de menos?
No. Una vez integrada en aquella sociedad no pensé más en España ni en si era española. Me considere en el conjunto, una más. Quiero decir que no me detuve en lamentarme porque allí no teníamos “tortilla de patata” u otras cosas.
¿En qué proyecto o trabajo participaste principalmente?
En la promoción de la mujer.
Desde 1910 las Franciscanas Misioneras de María estaban en el Congo, siempre alentando la Promoción de la mujer.
Cuando volvió al poder un gobierno democrático, devolvió a las Congregaciones todas sus obras. (Destruidas, eso sí)
Nosotras abrimos una escuela Infantil, otra Primaria y una Escuela Profesional.
En esta última trabajé yo. Tenía una rama, la de Hostelería, tanto para chicas como para chicos que procuraba a ambos una formación muy completa. Tenían que aprender a hacer uniformes, manteles, a lavarlos adecuadamente a planchar… Pronto alcanzó gran reputación en el país. Ofrecía títulos oficiales que les daban acceso a un empleo cualificado. Japón, sobre todo, pero también Canadá nos ayudó mucho colaborando en maquinaria industrial, material de instalación etc.
Por la tarde, venían mujeres a nuestra casa a aprender sobre todo Corte y confección, era una manera de ayudar al bienestar de la familia, vestidos de Primera Comunión, de Novia… y de ganar algo de dinero. Esto propició muchísimos contactos con familias, conocimientos de sus fiestas familiares, participación en las mismas, amistad y relación que tan beneficiosos son en cualquier tiempo y lugar.
¿Podrías dar algún ejemplo de desafío importante por el que pasaste y cómo lo superaste?
Sí. Durante la guerra, un militar apuntándome con un arma, pidió que le diésemos todo el dinero que había en la casa. Al decirle que no había gran cosa, me dijo. ¿Usted no cree que yo puedo matarla? Yo le dije que no. ¿Por qué no? ¿No ve que tengo un arma? me pregunto. “No puedes matarme, le dije, porque tú eres mi hermano.” Tú me llamas hermana y yo te llamo hermano. Bajé el dinero que teníamos y se lo di.
Acabada la guerra este señor se convirtió en gran amigo de la comunidad y su protector, enviando por la noche algunos de los soldados a hacer la ronda por los alrededores.
¿Qué aprendiste de aquellas gentes?
La alegría de vivir.
Rara vez ves llorar a alguien. Soportan las dificultades de una manera extraordinaria.
Cuándo piensas en aquellos años, ¿Qué sensación, sentimiento, pensamiento … te viene?
Todo lo vivido allí lo tengo como en un archivo, es decir que me considero equipada con aquella experiencia de la que saco, cuando lo necesito, la sabiduría del vivir que adquirí.
A veces recuerdo aquellas carreteras insoportables y caminos peligrosos, en los que yo cogía el volante convencida de que el “Ángel de la Guarda” me iba a proteger, me parecía que mis ruedas no cabían, o que el puente no resistiría… pero de todo peligro me libró el Señor.
Sí, cuando vuelvo la vista atrás, lo que más veo es la acción de Dios en aquellos años.