Háblame sobre ti, a grandes rasgos
Me llamo Dolores Violero. Nací en Campo de Criptana (Ciudad Real). Yo era la sexta de ocho hermanos. A los 22 años entré en el Instituto de las FMM.
¿Cómo conociste a las FMM?
Éramos unas cuantas amigas que frecuentábamos algunas Instituciones Religiosas, pues buscábamos identificar nuestra naciente vocación. Los domingos íbamos a visitar a las hermanas. En una de estas Instituciones había una hermana muy interesada en que yo entrase con ellas. El advertirlo me causaba un gran malestar y no volví más. Me dirigí directamente a un sacerdote que me acompañaba espiritualmente y fue él quien me hablo de las FMM que vivían en Barcelona. Allí fui a conocerlas y decidí y entrar con ellas.
¿Como misionera, a qué lugar fuiste enviada?
A Oriente Medio: Líbano, Siria, Egipto, Jordania y Tierra Santa. Por todos estos países me moví, trabajé, aprendí. Cuando llegué teníamos en ellos grandes y afamados colegios, las diversas guerras y políticas de la zona acabaron con ellos. En la actualidad sólo tenemos, como obras propias, una guardería piloto de 0-5 años en Beirut y dos residencias universitarias para chicas, en Damasco y en Beirut.
En primer lugar, llegué al Líbano.
Algo que te impresionó al llegar.
El primer día que acompañé a una hermana al mercado, veía que todas las mujeres llevaban un velo negro y una especie de toca blanca sobre su túnica larga. Extrañada pregunté a la hermana, ¿Por qué me han mandado a este país donde hay tantas monjas? Era la forma de vestir del lugar. Fue mi primer contacto con mujeres musulmanas.
¿Qué factores fueron los más decisivos para tu adaptación?
Mi adaptación fue muy dura, muchísimo. No hablaba ni la lengua francesa ni la árabe. La integración comunitaria fue también muy complicada. Yo era muy joven y toda aquella novedad me desbordaba. Me iba lejos a cantar para desahogarme y gritaba al Señor:
“¿Por qué me has traído tan lejos …?” Al poco de llegar falleció repentinamente mi padre. Vivir este duelo en la distancia fue doloroso. Aún hoy, me conmueve la dureza de estos años. Las cartas que recibía de España, sobre todo las de algunas hermanas, mi fe y el Señor me fortalecieron lo suficiente como para, mejor equipada para futuras adversidades, proseguir mi vocación. Aunque nunca me he encontrado en situación tan difícil como aquellos primeros años.
¿En qué proyecto o trabajo participaste principalmente?
La verdad es que he hecho de todo. Cuidadora en un orfelinato en Damasco. He enseñado nociones básicas de puericultura, higiene, salud, alimentación, en un Centro de Cáritas en el Cairo, en Siria daba catequesis y llevaba la administración de la casa. En Beirut y Damasco me he ocupado de las compras de las casas y del personal que teníamos contratado, viviendo en comunidades muy internacionales, tramitando documentaciones, viajes, etc. Y gozando siempre de esta pluralidad de hermanas.
¿Podrías dar algún ejemplo de desafío importante por el que pasaste y cómo lo superaste?
En Damasco trabajé en un orfelinato que gestionaba una asociación musulmana.
Cuando los niños hacían algo mal, desobedecían, gritaban, les daban azotes en los pies con una vara. A mí, eso me parecía muy mal y un día se lo dije a los responsables.
Uno de ellos me dijo: “Tú no tienes nada que decir aquí”. Yo le contesté: “Pues entonces yo no tengo nada que hacer aquí”. Y a partir de ese día no volví.
¿Qué aprendiste de aquellas gentes?
Sobre todo, su sentido de la hospitalidad. En cualquier momento eras acogida en sus casas. No digamos si eran días de fiesta, local o religiosa, su generosidad, su deferencia hacia la persona que les visitaba, el tiempo que le dedicaban …
También su sentido religioso: El visitante es para ellos una visita de Dios.
Recuerdo en el mercado, al que siempre iba pronto, cualquier vendedor al que te acercabas alzaba los ojos al cielo para agradecer a Dios. Decían: “Con su presencia, Dios bendice mi día” Entre ellos es difícil ignorar a Dios.
Cuando piensas en estos años, qué sensación, sentimiento, pensamiento, ¿te viene?
Solo tengo gratitud por aquellos años, por todo lo que recibí de su cultura, de su amistad, todo lo que aprendí y llegué, con la ayuda de Dios, a poder realizar, de servicio a la comunidad y a los que nos rodeaban. Es difícil olvidar esos años porque me forjaron e hicieron posible que pudiera dar lo mejor de mí misma.